La presión social es algo que todos sentimos. En algunas ocasiones le hacemos casos, en otras, ninguno. Podemos escapar a la presión por ver Gran Hermano o comprar un CD del grupo del momento, pero a veces la presión nos vence a la hora de reírnos de chistes que no nos hacen gracia o de apoyar una idea con la que no estamos de acuerdo, pero en la que nos encontramos solos defendiéndola. Podemos ignorarla o no, pero lo que sí hacemos es sentirla.
La sociedad, en los últimos años, nos ha enseñado a ser críticos, a no dar nada por sentado, a mostrar nuestra opinión, a mostrar al mundo que tenemos una opinión. Lo cual es bueno, nos hace diferenciarnos del sistema, mostrarnos y reafirmarnos como individuos. En los últimos años han crecido los grupos antisistema, se habla más de la escena cultural independiente, se tiene más en cuenta lo que está fuera de los circuitos comerciales. Ahora todo lo que no pertenece a lo establecido es visto con un interés especial. Dicho lo cual, resulta paradójico que la sociedad nos presione para diferenciarnos de la misma.
Sin embargo, hay opiniones que dicen que este fenómeno, el no querer continuar con la línea marcada, el mostrar nuestras diferencias, ha conseguido un efecto curioso, el de no poder disfrutar de todo lo que nos rodea. Ahora el espíritu crítico nos invade, nos hace estar siempre en desacuerdo con algo, no dar nuestra conformidad al cien por cien de nada, mostrar aunque sean pequeñas retincencias o apuntes mínimos. Ahora se lleva el “sí, pero”, el “no ha estado mal, pero…”, el “forman parte del sistema” como adjetivo del desprecio.
A veces me pregunto si en los partidos de fútbol los entrenadores están pensando durante el partido en qué van a decir en la conferencia de prensa, si están pensando en cuales van a ser sus respuestas a las previsibles preguntas. Y este es justo el efecto del que hablo. Estar pensando en mi opinión, en mi valoración, antes que en el propio disfrute.
Qué fácil es escuchar tras un concierto “pues el de la gira anterior estuvo mejor”, que fácil es decir que Paul Auster está acabado, que sus primeros libros fueron mejores. Y que complicado es escuchar a alguien salir de una película entusiasmado, embargado por la historia que acaba de disfrutar. Siempre dejamos un pequeño resquicio para nuestra opinión, para dejar claro que no estamos de acuerdo al 100%, que no nos dejamos llevar.
Seguramente al leer este post digas “sí, algo de eso hay, pero…”
El ser crítico es algo necesario, importante y en algunos casos decisivo. Sin embargo, no debemos dejar que el serlo no nos permita disfrutar de la vida y de lo que nos ofrece. (Y… ojo! No lo digo por este post! Espero vuestras críticas!)